La sostenibilidad ha cobrado relevancia en la actualidad, aunque su comprensión y aplicación en la vida diaria, en las decisiones cotidianas, siguen siendo limitadas. A menudo se confunde con filantropía o caridad, asociándola exclusivamente con la ayuda a los más necesitados o la protección del medio ambiente. Sin embargo, el verdadero concepto de sostenibilidad ha evolucionado para convertirse en un motor de decisiones estratégicas que generan valor, constituyendo así un pilar fundamental en la competitividad de las organizaciones.
Aunque se define comúnmente como “satisfacer las necesidades del presente sin comprometer las capacidades de las futuras generaciones”, la implementación de este concepto se complica sin criterios claros para medir las necesidades actuales y anticipar las futuras. Por lo tanto, es esencial explorar algunas premisas que faciliten la comprensión de la sostenibilidad y su aplicación práctica, fomentando la conciencia y transformando hábitos.
Cada acción sostenible genera un valor tangible para todos los involucrados, proporcionando un retorno real sobre el esfuerzo invertido. La sostenibilidad comienza con el cumplimiento de la ley; a medida que los marcos regulatorios establecen estándares de protección para personas, medio ambiente y economía, se define un mínimo orientador para las acciones sostenibles. Así, cualquier decisión puede considerarse sostenible si genera un retorno al esfuerzo y la inversión realizada.
Imaginemos, qué sucedería con los mejores talentos de una empresa que no implementa acciones de valor más allá del salario y el cumplimiento de la normativa laboral. Cada recurso invertido en lo que los empleados perciben como valioso tendrá un impacto positivo, creando un vínculo y un propósito con la organización. Por ejemplo, una simple llamada durante la pandemia para verificar el bienestar emocional de los empleados fue una acción de bajo costo que se valoró enormemente y contribuyó a la sostenibilidad de la empresa, ya que motivó a los empleados a enfrentar juntos las adversidades del Covid-19.
Asimismo, si los productos o servicios de una empresa no se alinean con las convicciones de sus clientes, son fácilmente reemplazables. Las acciones sostenibles son las que transforman relaciones transaccionales en conexiones significativas, construyendo un propósito compartido.
El mundo ha cambiado, el poder antes en manos de líderes políticos ahora reside en la base de la sociedad. Estamos hiperconectados e informados; la verdad no proviene solo de voceros, sino de la mayoría que se expresa a través de redes sociales. Por ello, la sostenibilidad de las organizaciones depende del valor que perciben sus grupos de interés respecto a su propósito y sus contribuciones al mundo.
La sostenibilidad se basa en la generación de valor para todos. Sin un retorno económico, es imposible sostener ese valor. Así, las decisiones empresariales deben centrarse en este retorno; la sostenibilidad no implica un costo adicional, sino que genera beneficios para quienes invierten en ella.
Al invertir en el desarrollo de empleados, proveedores y en la infraestructura que permite ofrecer bienes y servicios, las empresas incrementan su probabilidad de éxito. La sostenibilidad también presenta desafíos en la relación con los grupos de interés, promoviendo vínculos que trascienden lo transaccional para generar crecimiento conjunto.
Es vital entender la sostenibilidad como parte integral de la competitividad de cualquier empresa. Si las acciones que se emprenden no aportan valor a la estrategia competitiva, es mejor reconsiderarlas. Muchas iniciativas de responsabilidad social pueden carecer de sentido si no benefician a la organización; sin un aporte claro, estas no serán sostenibles ni aceptadas por la sociedad.
La sostenibilidad no solo beneficia a las empresas y al medio ambiente, sino también a las comunidades locales y al bienestar social, genera desarrollo dado que en este marco todos ganan, todos crecen. Para ello es importante generar procesos que promuevan la innovación y promoción de productos y procesos que puedan crear ventajas competitivas, asimismo, educar a los empleados y consumidores de tal forma que perciban esas acciones de valor.
La sostenibilidad en si misma es una cultura, una forma de hacer las cosas, de consumir, de vivir, toda organización comprometida con la sostenibilidad deberá invertir recursos y esfuerzos en educar y generar consciencia de la sostenibilidad.
Cada vez más, las organizaciones buscan alinearse con tendencias emergentes en sostenibilidad, como la economía circular, la acción climática y el uso de tecnologías verdes. Independientemente del sector, esta visión conecta a las empresas con agendas globales que enriquecerán su estrategia competitiva. Los desafíos son inmensos: la resistencia al cambio y la falta de recursos pueden dificultar la implementación de prácticas sostenibles. Sin embargo, esto fomentará una cultura que se reflejará en las relaciones con los grupos de interés, promoviendo esquemas de colaboración y alianzas que sustentarán un nuevo modelo de gobernanza.
Es igualmente importante establecer métricas y sistemas de reporte que evalúen y comuniquen el impacto positivo de las acciones sostenibles. Esto generará un compromiso individual entre empleados, proveedores, clientes y demás grupos de interés. El papel de estos actores es clave, ya que sus hábitos y decisiones son la base de la estrategia de sostenibilidad de una organización.
Finalmente, la sostenibilidad no debe ser vista como una parte del negocio, sino como el negocio mismo cuando se integra adecuadamente en la empresa.