En los últimos días he escuchado con frecuencia frases como: “A las empresas no se les debe nada” o “uno es fácilmente reemplazable”. Amigos que me dicen que, por eso, no vale la pena dar lo mejor, ni mucho menos sentir culpa por irse de un día para otro, aunque su salida pueda traer consecuencias duras para sus equipos o proyectos.
Esa narrativa me duele. Y no porque ignore que hay empresas injustas o jefes abusivos. Lo sé. Existen. Pero también conozco, de primera mano, el otro lado de la moneda: empresas que de verdad le apuestan a su gente. Lo vivo todos los días.
Empresarios que sufren en silencio para lograr la sostenibilidad no solo por el resultado económico, sino por un compromiso profundo con las familias que hacen parte de sus equipos. Donde cada renuncia se siente como una pérdida real. Donde no poder renovar un contrato o despedir a alguien se vive con dolor, con insomnio, con preguntas profundas. Porque mantener a flote una empresa es, en muchos casos, mantener a flote decenas de familias.
Yo lo he vivido en carne propia.
Recuerdo, en los inicios de la empresa, ver a mi esposo llegar tarde en la noche, sucio, agotado, después de preparar una obra que debía estar lista al día siguiente. No fue una, ni dos veces. Fueron muchas. Y a final de mes, había dinero para pagarle a todos sus empleados, pero no para nosotros. También nosotros teníamos una familia que sostener.
O, más adelante, durante la pandemia, me tocó ver a un hombre que se mantuvo firme, con la mente clara, repitiéndose a sí mismo —y a todos nosotros— que el barco no se podía hundir. Muchas veces lo vi hablar con la voz quebrada, tratando de transmitir optimismo, aunque por dentro estuviera sufriendo. No por el miedo a perder una empresa, sino por el dolor de no poder responderle a su gente. Pero el barco no se hundió. Y no fue por suerte: fue por convicción, por trabajo silencioso y por no soltar el timón ni un segundo.
Y, sin embargo, no parece suficiente.
En conferencias y libros nos hablan del compromiso social, de generar sentido de pertenencia, de enamorar a los equipos. Se repite —con razón— que el mayor capital de una empresa es su gente. Pero ¿por qué, entonces, a veces se siente que el esfuerzo viene solo de un lado?
¿Por qué hay personas que se incapacitan días antes de renunciar? ¿Por qué otras usan su jornada laboral para atender asuntos personales o trabajos paralelos? ¿Por qué algunas reaccionan con apatía a cualquier actividad interna, incluso a las que se diseñan con cariño y cuidado para ellas mismas?
¿Dónde está la desconexión?
Pasamos la mayor parte de nuestros días en el trabajo. Presencial o virtual, el trabajo nos habita. Y creo que ahí está el punto clave: no se trata solo de la empresa, se trata también de nosotros mismos. De si estamos dispuestos a vivir nuestra labor con pasión, con sentido, con amor. No es solo por un sueldo. No es solo por un cargo. Es también una apuesta por el país, por el tejido social, por la posibilidad de que esa empresa —la mía, la tuya, la de cualquiera— crezca, prospere y pueda seguir generando oportunidades para otros.
Sí, suena romántico. Y quizás lo es.
Pero como dijo alguna vez Eduardo Galeano:
“Mucha gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas, puede cambiar el mundo.”
Y yo quiero creer que eso también aplica al trabajo. A hacerlo bien. A hacerlo con respeto. A hacerlo con sentido.
Quienes han sido empleados y luego se han atrevido a crear empresa lo saben. Lo viven en carne propia. Saben lo que significa pagar nómina sin dormir. Saben el vértigo de tener que despedir a alguien que aprecian. Saben que detrás de cada contrato hay historias, hijos, sueños, abuelas que esperan una ayuda.
El crecimiento económico de un país no depende solo de los empresarios. El compromiso debe ser de todos y para todos.
Muy idílico, sí. Muy ambicioso, también.
Pero así creo que debería ser el mundo del trabajo: más humano, más apasionado, más digno. Y mientras más lo entendamos, más cerca estaremos de construir algo que valga realmente la pena.
Sandra Arango
Esposa de uno de los fundadores.
Testigo del amor que construye una empresa con propósito.
*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autora y no comprometen a la organización